Mediterráneo, 26 de octubre de 2006
CARLOS CHAMORRO
Esta es una columna que hubiera deseado no escribir nunca, es la del recuerdo de un suceso muy desgraciado con el que a veces nos golpea la vida, la ausencia de un compañero y amigo, que a muy temprana edad nos fue arrebatado por una desgraciada enfermedad de las que no distinguen entre buenos y malos, o jóvenes y mayores, ni de nada, sólo en crear desgracia a su paso, dando a sus padres el peor trance que pueden pasar, la pérdida de un hijo, carne de tu carne que desaparece, dejando a una viuda sin su pareja, su amor, su futuro, su proyecto de vida salta hecho añicos, a una niñita sin disfrutar de su padre, sin su apoyo y sin una fuente de cariño, fundamental en su crecimiento, a los amigos con su pedacito de corazón que se esfuma y a todos con un vacío, una incredulidad y una rabia por lo que no puedes solucionar, lo irremediable, lo único que no tiene solución: la muerte que tan injusta es. Todos tenemos que morir cuando llega nuestra hora, a veces algo falla y te toca más temprano haciendo todo doblemente oscuro. No hay más.
Frente a todo esto solo cabe sobreponerse, cada cual en la medida de sus posibilidades y creencias, elevar una plegaria, tener un recuerdo fuerte y positivo de todo lo bueno que se ha vivido juntos, de tantos momentos gratos que hay que reforzar, apoyar a los que más sufren, especialmente a la pequeña criatura que es una prolongación de sus padres y tiene toda la vida por delante donde se merece ser lo más feliz posible y esperar que sea cariñosa, solidaria, simpática, positiva, trabajadora y en definitiva llegue a ser una buena persona como lo fue su padre. Carlos, te querremos siempre.
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