martes, 31 de agosto de 2010

CARLOS CHAMORRO

Mediterráneo, 26 de octubre de 2006
CARLOS CHAMORRO
Esta es una columna que hubiera deseado no escribir nunca, es la del recuerdo de un suceso muy desgraciado con el que a veces nos golpea la vida, la ausencia de un compañero y amigo, que a muy temprana edad nos fue arrebatado por una desgraciada enfermedad de las que no distinguen entre buenos y malos, o jóvenes y mayores, ni de nada, sólo en crear desgracia a su paso, dando a sus padres el peor trance que pueden pasar, la pérdida de un hijo, carne de tu carne que desaparece, dejando a una viuda sin su pareja, su amor, su futuro, su proyecto de vida salta hecho añicos, a una niñita sin disfrutar de su padre, sin su apoyo y sin una fuente de cariño, fundamental en su crecimiento, a los amigos con su pedacito de corazón que se esfuma y a todos con un vacío, una incredulidad y una rabia por lo que no puedes solucionar, lo irremediable, lo único que no tiene solución: la muerte que tan injusta es. Todos tenemos que morir cuando llega nuestra hora, a veces algo falla y te toca más temprano haciendo todo doblemente oscuro. No hay más.
Frente a todo esto solo cabe sobreponerse, cada cual en la medida de sus posibilidades y creencias, elevar una plegaria, tener un recuerdo fuerte y positivo de todo lo bueno que se ha vivido juntos, de tantos momentos gratos que hay que reforzar, apoyar a los que más sufren, especialmente a la pequeña criatura que es una prolongación de sus padres y tiene toda la vida por delante donde se merece ser lo más feliz posible y esperar que sea cariñosa, solidaria, simpática, positiva, trabajadora y en definitiva llegue a ser una buena persona como lo fue su padre. Carlos, te querremos siempre.

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