EL
BEODO
Esta
historia ocurrió en la primera notaría servida por un joven notario con ninguna
experiencia y mucho ánimo, como el pueblo no era grande ni los clientes
numerosos, atendía personalmente a todos y aprendía la psicología y la mano
izquierda que no le había enseñado la facultad ni la oposición.
Había unos
conocidos empresarios que no atravesaban su mejor época, estaban medio quebrados
y encargaron la preparación de la escritura de venta de su empresa por un
precio excesivamente bueno, acompañado de subrogación en los tropecientos
créditos que los acosaban, avales, y en fin, una operación compleja y buena
económicamente, así que la trabajó con gran entusiasmo y estudio, redactó la
escritura y quedó una tarde con los alegres vendedores y aquel comprador
chollo, que extrañamente no había intervenido en el proceso de redacción, ni él,
ni sus abogados, ni su banco.
A la hora
prevista, el notario recibe a sus clientes, venían de comer, habían comido y
bebido, pero bebido mucho, de modo que el comprador estaba con una borrachera
de campeonato.
Los
compradores quieren firmar, el hombre no se tenía en pie, se les explica que
primero hay que identificar a los otorgantes, leer la escritura y si todo está
bien firmar, y evidentemente aquel hombre en ese momento carecía de capacidad, eso
no podía ser. A todo esto el borracho se reía espasmódicamente y decía a
grandes gritos: ¡Que sí, que sí, que ya lo sé todo, a firmar, a firmar todos,
Viva! Al final lógicamente el notario se negó a autorizar algo ilegal, se quedó
con el trabajo hecho para nada. Los vendedores se enfadaron. Al menos el
“bufao” no vomitó en el despacho, pero le vino justo, porque nada más salir a
la calle... ya saben.
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