ARZAK
Aquí
empezó todo, para mí y para la nueva cocina vasca que tan importante fue en el
surgimiento de la excepcional cocina española que hoy disfrutamos. Para mí,
porque hace treinta y muchos años fui a
lo que era uno de los mejores restaurantes de España, con mucha ilusión y poco
conocimiento. Allí descubrí la excelencia por encima del lujo, la calidad
gastronómica que hace que te gusten elaboraciones y productos que normalmente
no tomarías. Y me enamoré, me quedé enganchado de la comida, de la buena materia
prima de los platos con concepto y mensaje, de los sabores, de la imaginación y
la creatividad, de todo aquello que permite disfrutar con algo tan básico como
comer. Tras muchos años y muchísimos restaurantes, unos mejores y otros peores,
tengo mis gustos y criterios ciertamente exigentes. Este verano volví al centenario
Arzak y volví a descubrir algo nuevo, de difícil calificación, algo como el
cariño, incluso el amor, tan importante a la hora de cocinar y que resulta que
también lo es a la hora de atender, de hacerte sentir parte de una casa
familiar, de dar fluidez y adaptarse al comensal, buenos profesionales y buenas
personas. Alguna vez había tenido ocasión de saludar a Juan Mari, pero nunca a
Elena Arzak, y esta fue la guinda definitiva: simpatiquísima, cercana, entrañable,
culta, generosa. En 2012 ya se le consideraba la mejor cocinera del mundo y ha
ido creciendo. Estoy muy contento porque ha dado un paso más en la evolución de
un gastrónomo, que no todos tendrán la suerte de experimentar. En cuanto pueda,
vuelvo; y si quieren disfrutar de verdad, compartan esta experiencia.
Artículo publicado en el periódico Mediterráneo el 9
de septiembre de2019
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