KIOSCO
(IN MEMORIAM)
Me encanta
acercarme al kiosco, el de la esquina de toda la vida, con el kiosquero
familiar y simpático, que conoce tus gustos y te comenta la última jugada
política o deportiva, es un termómetro social inmejorable, junto con los taxistas.
Especialmente agradable cuando vas acompañado de tus hijos pequeños, a los que
aquello con sus chicles, sus cromos y demás les parece el país de las mil y una
noches. Parece un trabajo sencillo, el kiosquero cómodamente sentado y con todo
a mano, y los más espabilados con su televisioncilla.
Pero resulta
que no, que es un trabajo muy muy duro, una persona tiene que hacer todo,
abrir, colgar y poner cada cosa en su sitio, llevar la gestión y la
contabilidad, repartir, atender al público no siempre educado, recoger todo,
cerrar y dedicar horas y horas. Si en alguna época era un trabajo digno y
rentable, hoy sigue siendo dignísimo pero es totalmente ruinoso. La
desaparición paulatina de la prensa escrita, sustituida por internet, la crisis
que hace que se ahorre hasta en publicaciones y ya no digamos en caprichitos,
el recorte de los márgenes, hacen que a pesar de los esfuerzos, o de la
extensión de las mercancías en venta, no puedan llegar a fin de mes con un
mínimo beneficio que compense el duro trabajo.
Como tantos
otros sectores van a la desaparición, han cerrado más de la mitad y aunque
puede no parecer económicamente importante lo es en lo que tiene de autoempleo,
de iniciativa empresarial y de factor humano. Qué pena me dio ver que el kiosco de la esquina había cerrado, nadie se
hacía cargo, no era negocio. Así no vamos bien.
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