ANÉCDOTA
NOTARIAL
Un notario
amigo quería aprender valenciano, ya lo chapurreaba pero muy incorrectamente,
por lo que empezó a tomar clases, y como lo primero para hablar un idioma es
practicarlo, se lanzó a conversar en dicha lengua con sus clientes que eran
valenciano-parlantes, casi todos se daban cuenta de sus “espardenyaes”,
sonreían y las pasaban por alto. Pero una persona del pueblo llano, sencilla y
sincera, en una firma que asistía con su mujer, tuvo a bien corregir una de las
“cagadas lingüísticas” del notario, y fue aquella la bronca que le montó su
“señora”, el grito de: “¿Cómo te atreves a corregir al señor notario?,
¡Borrico, ignorante, si el señor notario lo dice, será así en el hablar culto y
tú no tienes ni idea!”. Evidentemente era todo lo contrario como se apresuró a
aclarar el notario ante la escena de la señora encolerizada y el pobre hombre
abochornado. Ejemplo que contemplamos en los últimos tiempos de cómo se imponen
palabras y formas de hablar ajenas a los usos tradicionales del pueblo con la
excusa de que son las cultas. Predomina el cursillo rápido por exigencias
laborales y burocráticas a la trasmisión histórica de padres a hijos, cientos
de años ignorados por unos centros pseudoculturales con muchas subvenciones.
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